Encontrarse en una esquina con el tiempo.
Encapsularlo.
Llevárselo a la cueva del silencio.
Soy yo frente al infinito.
Es la penumbra del duelo
de las ánimas marcadas
como cartas ajadas.
Pararse ante el universo
con un destello de brillo.
Urdir en los mares de lo eterno.
Enajenar el secreto
de la vida y
parecer un aberrante sacrilegio,
fundido con el mármol de las piedras ya gastadas
por los zapatos
de los confines
de lo enterrado en la partícula intersticia
del cuerpo y de Natura
para que perecer al fin
no sea tan duro.
Agustina Ariana D’Andrea, 11-08-2005, 02:53 pm.
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