Anduviste en los barrios
con tu sola fortuna
de guapeza de guacho;
el puñal nunca duerme,
es mito ineludible
a la historia del hombre.
Te marcaron el cuerpo
con los estigmas sacros del infierno;
castigaste con creces
a las fieras bestiales de tus sueños.
Enconado peleaste
sin verter una lágrima;
Mandanga, de tu mano,
te besó la frente con su cielo
para petrificar tus ojos en la nada.
Tus apóstoles somos
los imbéciles todos del rodeo,
del circo que te quita el pan y el vino:
yo quiero devolverte el alma entera
(la tuviste que poner sobre la mesa),
y tu sangre, que bebieron tus hermanos,
y un poco la lloraste en tu miseria.
Pero un guacho no llora:
esas lágrimas de whisky y madrugada
son del pibe de barrio que te añora.
Agustina Ariana D’Andrea, 02/10/2006, 01:11 pm.
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