Muda y muta la fibra enrarecida,
escanciada en tu pelo, moribunda.
Renace cada noche o cada tarde
o cada amanecer imprevisible
en que tus ojos brillan por su ausencia.
Te sigo en un compás que desconozco
por anacrúsicos caminos de agua;
tu sombra que me habita se silencia
y deviene en el canto de mi sangre,
Calíope o Euterpe, sempiterna,
inspirando momentos de temblores.
Pareces ser -princesa o aquelarre-
la dueña de todo lo enamorable.
Palabras de papel que hacen cosquillas
y regalan al viento un par de alas
para que me transporte a otros silencios,
pues no acaece la muerte cuando hay cielo
del tuyo, y en la noche que se abre
tu recuerdo de sol siempre es sonrisa.
Agustina Ariana D'Andrea, 12-10-2007, 02:53 am.
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