El país se nos cae a pedazos
y nosotras escribiendo
y hablando del sistema fonológico
del catalán,
porque la cosa sigue a pesar de
que parezca que algo va a detenernos.
Nada va a detenernos:
sabemos bien que
por debajo de todo y por encima de algo
nos estamos hablando
de lo caras que están las fotocopias
y de las soledades y la ausencia
y de la portación de armas,
de los nudillos tristes embistiendo sobre
infatigables púchimbols de harina y levadura.
Y en tu garganta de música
un fondo negro como un espaldarazo
del horror, una rúbrica del mal
que cumple con todos los criterios
de la desolación y del hartazgo
se erige con premura
y entonces ensayamos
un rito para salvaguardarnos:
conjurar una estación de tren de madrugada,
decirnos cosas por decirnos algo,
invocar al viento para que sople sobre la vela de nuestro barco huidizo,
advertir lo improbable de habernos descubierto,
armarnos de paciencia
para provocar a singular combate la locura
munidas de una franqueza irremediable
que nos permita seguir en la contienda
guarecidas bajo un techito de palabras
que son nuestras y que son de todxs y de nadie,
pretty darling,
que están ahí escondidas en los bordes de la noche
y que no han sido todavía
pronunciadas.
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