.
. Y sí, dicen que la convivencia mata. A quién más que vos preguntárselo. Pero negar que me hayas acompañado en mis momentos más tristes, en los de desgano, en los de rabia, en los de frío y los de calor, en los de soledad sobre todo, y que me hayas construido un puente hacia otros universos, eso, negar eso, prescindirlo, limitarlo, es imposible. Que hayas sabido cuándo llorar previendo la ruptura de las sogas que, vos y yo de por medio, sostenían el puente. Que hayas sabido emocionarte o saltar de alegría entre las bandas de otro puente resistente. Que hayas sentido a través de mis manos el dolor de la soledad, y que tu cuerpo contra mi pecho haya sentido el retumbar de un corazón que se amplificaba en el tuyo, que salía melodioso por tu boca, que se encerraba en tus ojos y en tu cintura, y en tus estrellas y en tus silencios y tus mesuras.
. Tus lágrimas me han encaramado en mi soledad y sin embargo no podría vivir sin tocarlas con mi boca para decirle a algún ser imaginario, que reflejo en vos, cuánto es lo que resigno y cuánto lo que domino, cuánto lo que vivo y cuánto lo que muero. Porque con mis caricias sobrevino la verdad, sobrevino esa cosa del instinto que sólo tu sangre puede llegar a apaciguar, tu sangre mezclada con la mía, hechas un unísono que nunca será coyuntural, porque incluso el más lejano destello de color que se uniere a nosotras estará predestinado, significativa y espontáneamente predestinado, paradójica y casualmente predestinado. Y tu risa. Tu risa que no está hecha más que de tu llanto disfrazado, tu risa que se proyecta dentro de mí como un lamento, como una certeza incierta (y perdón por los términos ambiguos, es que no hay otra manera de explicarlo), como una duda esparcida y extirpada proyectada de tu adentro a mi adentro, de tu voz a mi voz, de tu corazón a mi corazón.
. El día en que te pensé por vez primera, no supe qué me impulsó a hacerlo y atípicamente te dejé fluir hacia mis ojos, percibiéndote completa, sabiéndote única. Y aquella coyuntura sí que fue un signo, un indicio futuro, inabarcable para mi pobre entender de entonces. Y no me importó, no pensé en ello como una pulga no se pregunta la raza de su perro anfitrión. Solamente te atraje hacia mí sin siquiera haberte visto, sin haber mis manos vagado por tu cuerpo, sin haber mis ojos paseado por tus formas familiares pero enigmas.
Y caímos en un torpe idilio, sin comprendernos mucho todavía. Y sin embargo las dos sabíamos que todo arribaría a buen puerto, o yo por lo menos estaba segura de eso aunque no voy a negar que sufrí un poco al principio. Pero había sol, había arroyos, había familia y rocas y cielo y un aire que ya no puede ser descrito por la palabra magia ni por cualquier otra palabra similar, un aire que recuerdo con añoranza y un poco de dolor, y un poco de envidia al pasado que quizás se haga realidad en medio del puente más amplio que hemos creado.
. Recuerdo, y el recuerdo me dibuja una leve sonrisa en los labios, nuestro único momento de crisis, inevitable crisis que intentamos solucionar con la terapia. Por Dios, qué torpes, qué torpe yo al no haberte escuchado, al haberte arrastrado desnuda hacia el encuentro del intermediario, hacia el secreto indevelable, hacia el inútil intento de conciliar mis manos (dirigidas torpemente por una voz que no podría decir con exactitud de dónde vino) con tu voz, de atrapar tu música en mi voz. La tercera voz se fue diluyendo brutalmente en el espacio y quedamos sólo vos y yo, vos y yo mirándonos a los ojos, oyéndonos. Y de repente creí advertir un fugaz movimiento de cuerdas y vos tal vez hayas percibido un poco de mi sonrisa imperceptible y no sé si después soñé o nos alejamos juntas, mi mano en tu cintura, al encuentro de lo que todavía hoy va creciendo imperturbable. Te regalé todas mis estrellas, vos hiciste aves de mis manos voladoras, y aprendí a compartirte y a tenerte y aprendiste a hacer lo mismo conmigo. Esperaste fiel mi llegada de otros pagos, de donde traje un recuerdo guardado en mis manos para que lo sintieras cuando te tocase nuevamente. Después de eso construimos nuestro propio universo de palabras y canciones, porque junto con el recuerdo táctil me traje otro recuerdo que nos encontrará a las dos, guitarra y niña, que eso es lo que somos, unidas, como siempre, a nuestras homólogas del más allá.
Agustina Ariana D’Andrea, 22-06-2002, 02:31 am.
. Y sí, dicen que la convivencia mata. A quién más que vos preguntárselo. Pero negar que me hayas acompañado en mis momentos más tristes, en los de desgano, en los de rabia, en los de frío y los de calor, en los de soledad sobre todo, y que me hayas construido un puente hacia otros universos, eso, negar eso, prescindirlo, limitarlo, es imposible. Que hayas sabido cuándo llorar previendo la ruptura de las sogas que, vos y yo de por medio, sostenían el puente. Que hayas sabido emocionarte o saltar de alegría entre las bandas de otro puente resistente. Que hayas sentido a través de mis manos el dolor de la soledad, y que tu cuerpo contra mi pecho haya sentido el retumbar de un corazón que se amplificaba en el tuyo, que salía melodioso por tu boca, que se encerraba en tus ojos y en tu cintura, y en tus estrellas y en tus silencios y tus mesuras.
. Tus lágrimas me han encaramado en mi soledad y sin embargo no podría vivir sin tocarlas con mi boca para decirle a algún ser imaginario, que reflejo en vos, cuánto es lo que resigno y cuánto lo que domino, cuánto lo que vivo y cuánto lo que muero. Porque con mis caricias sobrevino la verdad, sobrevino esa cosa del instinto que sólo tu sangre puede llegar a apaciguar, tu sangre mezclada con la mía, hechas un unísono que nunca será coyuntural, porque incluso el más lejano destello de color que se uniere a nosotras estará predestinado, significativa y espontáneamente predestinado, paradójica y casualmente predestinado. Y tu risa. Tu risa que no está hecha más que de tu llanto disfrazado, tu risa que se proyecta dentro de mí como un lamento, como una certeza incierta (y perdón por los términos ambiguos, es que no hay otra manera de explicarlo), como una duda esparcida y extirpada proyectada de tu adentro a mi adentro, de tu voz a mi voz, de tu corazón a mi corazón.
. El día en que te pensé por vez primera, no supe qué me impulsó a hacerlo y atípicamente te dejé fluir hacia mis ojos, percibiéndote completa, sabiéndote única. Y aquella coyuntura sí que fue un signo, un indicio futuro, inabarcable para mi pobre entender de entonces. Y no me importó, no pensé en ello como una pulga no se pregunta la raza de su perro anfitrión. Solamente te atraje hacia mí sin siquiera haberte visto, sin haber mis manos vagado por tu cuerpo, sin haber mis ojos paseado por tus formas familiares pero enigmas.
Y caímos en un torpe idilio, sin comprendernos mucho todavía. Y sin embargo las dos sabíamos que todo arribaría a buen puerto, o yo por lo menos estaba segura de eso aunque no voy a negar que sufrí un poco al principio. Pero había sol, había arroyos, había familia y rocas y cielo y un aire que ya no puede ser descrito por la palabra magia ni por cualquier otra palabra similar, un aire que recuerdo con añoranza y un poco de dolor, y un poco de envidia al pasado que quizás se haga realidad en medio del puente más amplio que hemos creado.
. Recuerdo, y el recuerdo me dibuja una leve sonrisa en los labios, nuestro único momento de crisis, inevitable crisis que intentamos solucionar con la terapia. Por Dios, qué torpes, qué torpe yo al no haberte escuchado, al haberte arrastrado desnuda hacia el encuentro del intermediario, hacia el secreto indevelable, hacia el inútil intento de conciliar mis manos (dirigidas torpemente por una voz que no podría decir con exactitud de dónde vino) con tu voz, de atrapar tu música en mi voz. La tercera voz se fue diluyendo brutalmente en el espacio y quedamos sólo vos y yo, vos y yo mirándonos a los ojos, oyéndonos. Y de repente creí advertir un fugaz movimiento de cuerdas y vos tal vez hayas percibido un poco de mi sonrisa imperceptible y no sé si después soñé o nos alejamos juntas, mi mano en tu cintura, al encuentro de lo que todavía hoy va creciendo imperturbable. Te regalé todas mis estrellas, vos hiciste aves de mis manos voladoras, y aprendí a compartirte y a tenerte y aprendiste a hacer lo mismo conmigo. Esperaste fiel mi llegada de otros pagos, de donde traje un recuerdo guardado en mis manos para que lo sintieras cuando te tocase nuevamente. Después de eso construimos nuestro propio universo de palabras y canciones, porque junto con el recuerdo táctil me traje otro recuerdo que nos encontrará a las dos, guitarra y niña, que eso es lo que somos, unidas, como siempre, a nuestras homólogas del más allá.
Agustina Ariana D’Andrea, 22-06-2002, 02:31 am.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario