El verbo es un payaso de ésos que dan pena
no sabe hacer cosquillas
apenas un rechifle abandonado
el charco de una esquina, la ochava y los zaguanes
y todo Buenos Aires recordando
locura de esas madrugadas fieles
tu sombra azul, rotundo espejo mío
la boca muda y los laureles
y eso que no supimos porfiar nunca.
Lo eterno dura poco más que el humo
de dos hoscas pitadas invernales.
El tiempo se deshace ante unos ojos.
Cargados de silencio
somos los dos puñales furibundos
del duelo intermitente y errabundo
entre la nada misma y sus despojos.
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