Griegas islas reciben su contorno
del sol de mediodía
y vos no estás frente a mis manos rotas y cansadas
de no darte aquellos muelles, sus arenas,
sus esperas, sus relojes impacientes,
los espejos con sus íconos, sus puertos,
sus olas blancas, su sabor de mil matices
y sus ruinas y sus luces y sus muertos.
Calor azul de otro cielo que no acaba.
Se arremolina todo en una estrella
donde se pierde el silencio, la memoria
las ráfagas de sangre, las derrotas,
el segundo irrepetible, los fantasmas,
el temblor, aquel aliento que emanabas,
el arrepentimiento.
Se pierde todo y todo se deshace, y lo poco que nos queda,
un par de impulsos que subsisten arraigados en la nada,
se diluyen en las manos del silencio
mediterráneo y sólido.
Y lentamente hasta se va colando el tiempo.
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